Saturday, August 4, 2012: 10:45 AM
Faculty of Economics, TBA
Oral Presentation
Las diásporas adquirieron un notorio protagonismo en las ciencias sociales de las dos últimas décadas del siglo pasado. Ingente cantidad de trabajos abordan de diferentes maneras esta forma de reconstrucción del sentido y la identidad que genera la dispersión de poblaciones. Un prístino concepto –el de diáspora- que, con los aires transnacionales, va mudando de su opaca y negativa concepción durante la era del Estado-nación hacia lugares más visibles y consideraciones más benignas y promisorias. Sorteando “nacionalismos metodológicos”, es posible ver en las diásporas un actor paradigmático de los nuevos tiempos: son transnacionales; encarnan en sus relaciones a la sociedad red; viven en las nuevas comunicaciones; son productos del mestizaje cultural y la hibridez, etc. La puesta en evidencia de esta realidad arrima el debate hacia una deriva pragmática del concepto: las diásporas, amén de sus variadas determinaciones históricas y tipologías, son realidades de vínculos sociales sobre los que es posible proyectar cambio social y, por lo tanto, un ámbito fértil para ejercicios políticos que activan y capitalizan esa economía de vínculos que transcurre más allá de la política soberanista y territorial. La ponencia que propongo relaciona esta deriva histórica reciente del concepto de diáspora con dos experiencias (también históricas y de campo) en las que circuló profusamente el concepto y sirvió a ejercicios políticos de signo bien diferente. La comparación –en principio fortuita y caprichosa- pretende juntar la experiencia de los vascos en América, con la de los mexicanos en Estados Unidos. Se persigue así hacer evidente la productividad política y social del concepto de diáspora descubriendo en éste el único pero significativo punto de unión entre los dos términos de la comparación que abre una suerte de “política del desarraigo” en la era transnacional.