Más allá de la incertidumbre y diversidad de los pronósticos, la crisis de los hasta ahora sujetos hegemónicos de la historia mundial (Europa, EEUU) y la emergencia de nuevos (viejos) actores (Brasil, Rusia, India y China), requieren que América Latina, como región, busque redefinir su lugar en el mundo.
En esta tarea, América Latina debe revisar sus autorepresentaciones de la modernidad, que incluye la reformulación de dos viejas preguntas: a) ¿Hay una o varias modernidades Latinoamericanas?, 2) ¿cuál es la índole de lo americano (distinción entre América Latina y Norteamérica (EEUU)? Ambas preguntas incluyen, por cierto, la reflexión acerca de su pertinencia misma.
En esta revisión hay que destacar los aportes del giro intercultural y comparativo de la filosofía, sociología, antropología e historia contemporáneas que prioriza estos debates yendo más allá de la interpretación canónica y normalizada del universalismo eurocéntrico, de la crítica dependentista y del pensamiento poscolonial, tanto en su versión moderna o posmoderna. Estos debates han asumido un enfoque que se ha beneficiado con la revisión de la historia universal efectuada desde la perspectiva de la historia global y que permite sostener que los procesos actuales de modernización son producto de complejos procesos de cambio a) respecto de la propia historia, b) respecto de las historias de los otros y c) en relación con la base social global. Se trata de procesos de asimilaciones, entrecruzamientos, mestizajes y diferenciaciones, descentramientos y recentramientos, por medio de los cuales ninguno de sus protagonistas permanece igual.
Este nuevo enfoque de la modernidad requiere también y muy especialmente revisar los abordajes epistemológicos con los que se ha construido la tradicional historia de las ideas en Latinoamérica (y su crítica revisionista), muy especialmente, las nociones de modelo y copia, centro y periferia.