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Está muy instalada en los ambientes letrados de la sociedad porteña la idea según la cual el Colegio Nacional de Buenos Aires es un “colegio de elite” (Rojas, 1926; Loudet, 1963; Scobie, 1977; Botana, 1994; Sanguinetti, 1995; Firmenich, 1996; De Vedia, 2006). Pese a las notorias credenciales en posesión de algunos de sus miembros, esa ¿comunidad? formada en “la única institución cultural en un país en el que ya no quedan instituciones culturales” se mantiene desde hace casi 150 años como emblemática pese a las discontinuidades institucionales, las confrontaciones político-ideológicas y los cambios a menudo abruptos en sus doctrinas educativas, en virtud de un constante “proceso de producción” (Gessaghi, 2011) ya no, como sostiene la autora de “la clase alta”, sino de un colectivo que se ve a sí mismo y es reconocido como “meritocrático” (Van Zanten).
Durante el trabajo en el terreno, varios informantes me han solicitado leer el manuscrito de mi tesis; me recomendaron entrevistar a determinadas personas o revisar cierto material bibliográfico; y del mismo modo, algunos, muy encumbrados, me facilitaron el acceso a sus despachos u oficinas, conversaron conmigo sobre “el Colegio” pero luego me solicitaron mantenga en el anonimato sus identidades.
¿Qué lugar ocupa el investigador social en la producción de ese colectivo a la vez tan fluctuante y tan persistente a lo largo de la historia nacional cuando ocurre que “los nativos —personas de entre 80 y 35 años— [no sólo] te leen” sino que “te arman el campo”? ¿De qué tipo de colectivo se trata?: ¿una comunidad a la manera de Tonnies (1947: 65)? ¿Un estamento (Weber, 1979:245)? ¿Una comunidad imaginada (Anderson, 1993: 24)? ¿Una comunidad moral: F. G. Bailey (1971:4)? ¿De qué modo se modifica el lugar del etnógrafo por tratarse de un colectivo social de esa naturaleza?