La obra de arte como un bien simbólico solo existe como tal para aquel que posee “el código históricamente constituido” para apropiársela. El acto de conocimiento, desciframiento, decodificación que supone el encuentro con una obra de arte, implica la aplicación de un patrimonio cognitivo, un código cultural que funciona, de hecho, como un capital cultural debido a que se encuentra desigualmente distribuido, otorgando automáticamente beneficios de distinción (Bourdieu, 2010: 233). El habitus significa el “conocimiento, y el reconocimiento de las leyes inmanentes del juego, de los objetos en juego” (2011, 113), siendo el capital cultural, la intervención legitima y reconocida de apropiación simbólica. La diversidad cultural y los distintos enclaves socioeconómicos, problematizan esta propuesta en función de la coexistencia de múltiples marcos de referencia, estableciendo valoraciones locales e informales que interactúan con las formales y hegemónicas.
Sin desconocer la conformación de hegemonías, los enclaves desarrollan una producción de sentido propia que implica la ponderación de ciertos capitales locales, que coexisten e interactúan con el establecimiento de capitales hegemónicos. Se trata pues, de centrarse en la construcción de significado como un proceso desigual pero interactivo entre sectores hegemónicos y subalternos. No se niega ni la existencia de hegemonías ni su pretensión de imposición, sino que se procura evidenciar la efectiva capacidad de los sujetos para construir significados distintos a los hegemónicos.